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«De Louisa May Alcott a Jo March: la historia de la mujer de las mujercitas» por Beatriz Serrano

15/4/2025

«De Louisa May Alcott a Jo March: la historia de la mujer de las mujercitas» por Beatriz Serrano

15/4/2025

La edición que todos conocemos en la actualidad de Mujercitas no fue la edición que leyeron los ciudadanos estadounidenses —o más bien las ciudadanas— en 1868. La historia de lasinolvidables hermanas March recorría únicamente lo que hoy podemos leer como laprimera parte de la obra: aquella que da comienzo en Navidad y en la quetranscurre un año en la vida de cuatro protagonistas con la Guerra Civilestadounidense como telón de fondo de sus bucólicas escenas familiares. Tansolo eso bastó para que el público se enamorase de las vidas de Meg, Jo, Beth yAmy. Y para que a Louisa May Alcott le propusiesen escribir, a toda prisa, unasegunda parte.

Tan solo un año antes, en 1867, Louisa May Alcott había recibido elencargo de escribir una “novela para señoritas”. Mientras que las novelasdestinadas a los hombres jóvenes acostumbraban a estar llenas de acción yaventura con la intención de animarlos a convertirse en hombres honrados,fuertes y valientes, el tipo de novela que le encargaron a esta autora solíatener otro propósito nada disimulado: el de guiar a las chicas jóvenes desde elhogar de los padres hacia el hogar del marido. Eran estas novelas de formaciónfemenina que, de forma más o menos sutil, debían enseñar a las jóvenes valorescomo el decoro, la prudencia, el recato o la obediencia a sus futuros maridos. Nada nuevo bajo el sol.

Eficiente hasta la extenuación —Alcott había aprendido a escribir conla mano izquierda para cuando se le cansaba la mano derecha—, y acostumbradaa la escritura como oficio paraganar dinero — la escritora ya llevaba a susespaldas unas cuantas novelas de misterio publicadas bajo el seudónimo de A.MBanard, donde trataba temas tan alejados del universo de las señoritas como eladulterio, el incesto o el asesinato—, entregó su obra en pocomenos de dos meses. Para ello, Louisa May Alcott tuvo que dejar de mirar a través desu ventana y desvió la vista hacia su salón.

Son muchos los paralelismos entre la vida de la autora y la de suspersonajes. Louisa May Alcott nació en 1832 en Germantown, Filadelfia(Pensilvania) en el seno de una particular familia. Su madre, Abigail May, erahija de una distinguida estirpe de Nueva Inglaterra de buena salud financiera,que se casó por amor con Bronson Alcott, un idealista con poco dinero. Decorazón generoso y altruista, Abby May sirvió como molde para la creación de laseñora March, la madre de las cuatro mujercitas que siempre tiene en la boca elconsejo apropiado. Abby y Louisa compartían una relación de extrema cercaníaque rozaba la dependencia, y Louisa recurría a Abby en búsqueda de apoyo,escucha y consuelo.

Lo del padre era otro cantar. Quizás porque Bronson Alcott ya nació siendo todo un personaje: adscrito al movimiento trascendentalista americano, filósofo y reformista educativo, Bronson tenía unas profundas creencias antimaterialistas, lo que en la práctica quería decir que prefería aceptar la ayuda económica de sus amigos y parientes (incluidas su mujer y su hija) que ganar su propio dinero. Intelectual, amigo de Ralph Waldo Emerson, Nathaniel Hawthorne y de Thoreau, consideraba a Louisa la hija difícil y, pese a acompañarse mutuamente en lecturas, escritos y debates frente a la chimenea, siempre trató de dominarla para que la escritora acatase los mandatos femeninos de la época, como la sumisión o el autocontrol. Con estos datos, no hace falta ser psicoanalista para sospechar de lo que la autora hizo con el padre de las hermanas March en la novela, quizás para quitarse de encima la alargada sombra de su propio padre en la ficción: en la primera parte de la historia, el señor March se encuentra en luchando en el frente, y no aparecerá por casa hasta el final de la obra. Problema resuelto.

Y luego estaban sus hermanas. Louisa era la segunda hija de la familia, exactamente igual que Jo. Por encima, se encontraba su hermana mayor, Anna, una auténtica belleza de la época que sirvió de inspiración para Meg y quien, como ella, también tuvo una boda de ensueño y por amor. Por debajo, se encontraba la bondadosa Elizabeth o Lizzie, quien falleció a la temprana edad de 22 años de escarlatina que contrajo ayudando a una familia alemana pobre, igual que Beth. Y, por último, la pequeña May, joven de inquietudes artísticas que se formó en la Escuela del Museo de Bellas Artes de Boston y, ya como pintora de cierto éxito, vivió entre las ciudades de Boston, Londres y París. Reflejo que encontramos en Amy.

Establecidos, pues, los personajes principales de su obra, Alcott debía ahora pensar en la trama de esta historia de formación para jovencitas. Pero Louisa May Alcott no era una mujer común, por lo que no podía invitar a otras jóvenes a que lo fueran. La escritora había leído a la tatarabuela del feminismo, Mary Wollstonecraft, influyente pensadora y autora del ensayo Vindicación de los derechos de la mujer, publicado en 1792 y en el que argumentaba que, pese a la creencia generalizada, las mujeres no eran inferiores a los hombres, sino que parecían serlo debido a la falta de una educación igualitaria. También a la filósofa francesa Madame de Staël quien reivindicaba, por encima del todo, el “derecho a la felicidad” de las mujeres. También a autoras como George Sand o George Elliot. Fascinada por la biografía de Charlotte Brontë, Louisa se comparaba constantemente con ella: “No puedo ser una C.B, pero de todos modos algo podría hacer”, escribió en sus diarios. Además de a muchas de las precursoras de los movimientos de emancipación femenina, la biblioteca familiar recogía a autores como Plutarco, Dante, Shakespeare, Dickens o Goethe, por quien la escritora sentía una gran admiración. Y más allá de esta particular biblioteca sentimental, las ideas de Alcott la llevaron a ser una parte activa de la lucha por el sufragio universal, movimiento que apoyó con la publicación de varios artículos para el periódico feminista The Woman’s Journal, como también apoyó el movimiento por la abolición de la esclavitud en su país.

Existe y siempre ha existido cierto debate sobre qué representa, pues, Mujercitas. Si Louisa May Alcott buscó subvertir un género ñoño y patriarcal o si, como mercenaria de las palabras, hizo cuanto estaba en sus manos para cobrar una buena suma de dinero y poder así mejorar la precaria situación de la familia. Quizás hizo ambas cosas al mismo tiempo. Porque si bien es cierto que algunos pasajes de la novela pueden pecar de sentimentales o moralistas, tal como marcaba el canon para este tipo de literatura, también encontramos comicidad, riesgo, aventura y buenos consejos para que las jóvenes encontrasen su propio camino.

El mejor reflejo de esto lo encontramos en el personaje deJo March, ese torbellino desgarbado y nada femenino, de espíritu libre y creativo,que lleva la voz cantante de todo el relato desde que pronuncia la primerafrase que leemos en la novela (“Sin regalos, la Navidad no será lo mismo”,apunta refunfuñando). Jo, que trepa a los árboles, come manzanas en el ático, manchasus vestidos de tinta, escribe hasta olvidarse de comer o de dormir, pierde susguantes y se siente fuera de lugar en las recepciones y bailes en los que Megse mueve como pez en el agua. Jo, queda claro desde el principio, es distinta,una nota discordante en el entramado familiar. Como lo era la propia Louisa.

La primera parte de Mujercitas se publicó el 1 deoctubre de 1868 y fue un éxito inmediato. Los problemas económicos de lafamilia Alcott se solucionaron prácticamente de la noche a la mañana. Y aLouisa le encargaron esa segunda parte que, en un principio, la escritora noveía clara. “No me gustan las secuelas y no creo que la segunda parte sea tanpopular como la primera, pero los editores son perversos y no dejan que losautores se salgan con la suya, así que mis mujercitas deben crecer y casarsec omo unas estúpidas”, escribió la autora en una carta a un familiar.

No solo los editores, sus lectoras también quería saber quéiba a pasar con la vida de las hermanas March, y la escritora comenzó a recibirnumerosas cartas en las que era interrogada por el futuro de Meg, Beth y Amy.Pero, especialmente, por el de Jo. “Quieren saber con quién se casan lasmujercitas, como si fuera el único fin y objetivo de la vida de una mujer”, apuntó,molesta, la propia Louisa May Alcott. Sus lectoras querían saber si Joterminaría casándose con su vecino y mejor amigo Laurie, con quien vive tantasaventuras en la primera parte del libro. Y aunque en un principio la autora noquiso dar su brazo a torcer, finalmente cedió a las presiones de editores yfanáticas, aunque no de la forma en la que hubiesen deseado: “Jo debería habersido una solterona literata… pero fueron tantas las jóvenes entusiastas que meescribieron exigiendo con vehemencia que se casara con Laurie, o con alguien,que no me atreví a negarme y con intenciones perversas fui y le busqué unapareja extraña”, escribió la autora en otra carta a un amigo.

Es en esta segunda parte de la novela cuando la vida de Louisa May Alcott y la de Jo March toman rumbos distintos. Al contrario que su protagonista, la escritora nunca se casó. Pero, a diferencia de la protagonista, la escritora sí que pudo vivir toda su vida de la escritura.

Sobre este segundo punto, la crítica especializada tampoco se pone de acuerdo respecto a las intenciones y motivaciones de la autora, que en alguna ocasión reveló que no disfrutaba en exceso de las historias familiares con moraleja… pero que se las pagaban muy bien. Hay quien apunta que Alcott dejó de lado sus verdaderas inquietudes artísticas para convertirse en exprimidora profesional de su historia de éxito (después de la segunda parte de Mujercitas, publicada en 1869, la autora escribió, y no es broma, Hombrecitos en 1871 y, más adelante, Los muchachos de Jo, en 1886). Otras opiniones menos prejuiciosas apuntan que, pese a que Alcott exploró otros universos literarios, Mujercitas siempre será su mejor obra. Aquella que le permitió desarrollar con mayor audacia su verdadero estilo, sus personajes más elaborados y sus principales temas de interés. O, dicho de otro modo, que la autora descubrió que el mundo más rico e interesante se encontraba, justamente, dentro de los muros de su casa.

Sobre el asunto del matrimonio podemos citar a la propia autora quien, en boca de la señora March, apunta en un momento de la novela que “más vale una solterona feliz que una esposa desgraciada”. O podemos también prestar atención a las revelaciones que le hizo a la poeta y crítica Louise Chandler Moulton, a quien confesó: “Estoy casi convencida de que tengo un alma de hombre que fue puesta por algún capricho en un cuerpo de mujer, porque a lo lago de mi vida me he enamorado de muchas chicas bonitas y ni una sola vez me ha ocurrido nada parecido con un hombre”. Fuera por sus fuertes convicciones ideológicas, porque económicamente no necesitaba a ningún hombre que la sostuviera, o por causa de una sexualidad que debía reprimirse en el marco de la sociedad victoriana, lo cierto es que Louisa May Alcott escribió para sí misma el final que le hubiese gustado escribir para la propia Jo.

Louisa May Alcott fue la primera mujer en registrar su nombre como votante en Concord, Massachussets. Financió la carrera artística europea de su hermana May, quien sin su ayuda no hubiese podido descubrir el Viejo Continente. Cuando May falleció en París a consecuencia del parto de su primera hija, Louisa May Alcott adoptó a la pequeña Lulu, a la que crio como si fuera suya. Para alcanzar el éxito, no tuvo que esconderse tras un seudónimo masculino como muchas de sus coetáneas. Pudo vivir de la literatura y compaginó el cuidado de sus padres y otros familiares con una intensa vida pública.

Falleció el 6 de marzo 1888 en Boston, Massachussets, a los 56 años, con más de 300 obras publicadas, aunque siempre sería recordada como la mujer que insufló de vida a las cuatro mujercitas. Precisamente, en la primera parte de la novela, Jo expresa un deseo a futuro: “Antes de morir espero hacer algo importante, algo heroico o maravilloso, que me permita seguir viva en el recuerdo”. El paralelismo vuelve a aparecerse: podemos asegurar que tanto Louisa May Alcott como Jo March lo han conseguido.

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Fuentes consultadas:
Mujercitas de Louisa May Alcott, edición Alma Editorial con la traducción de Concha Cardeñoso.
Mujercitas de Louisa May Alcott, edición de Penguin Classics con latraducción de Gloria Méndez y prólogo de Elaine Showalter, catedrática de la Universidad de Princeton.

The journals of Louisa May Alcott de Louisa May Alcott, editado por Boston : Little, Brown.

Shealy, D. (2019). “Wedding Marches”:Louisa May Alcott, Marriage, and the Newness of Little Women. Women’s Studies, 48(4),366–378. https://doi.org/10.1080/00497878.2019.1614869

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